No estaba yo nada convencido tras elegir el Toc para celebrar el cumpleaños de Jose el lunes. Había leído muy buenas críticas de expertos y clientes en internet, que decían maravillas del chef, Santi Colomina. Pero en la ciudad del Gran Timo de los Restaurantes de Diseño, o sea, en Barcelona, no te puedes fiar de nada ni de nadie. Esperaba que no estuviera mal, que los platos fueran vistosos, que nos pegaran un buen sablazo en la cuenta… y que saliéramos con hambre.
Sin embargo, el Toc superó mis expectativas para bien. En primer lugar, el sitio es bastante agradable y no demasiado pretencioso: incluso los techos en la parte de arriba son demasiado bajos, lo que le da un aire de entresuelo que me gustó. El mobiliario, sí, es de diseño, pero sin agobiar y con un punto retro setentas que mola. Y la actitud de la maître, relajada y amable, hace que no te sientas en un “templo gastronómico”, sino en un lugar donde vas a pasar un buen rato comiendo y bebiendo bien.
De aperitivo nos sacaron una ensalada de manzana con anguila ahumada muy fina, y una brandada de bacalao bastante ligera. De primero pedimos dos tartars: uno de tomate que estaba bastante bueno, y uno de gambas y berberechos con algas que se salía del mapa: delicado, fresco, con sabor a mar… una gozada.
Con el segundo yo me arriesgué con un arroz con anguila del Ter y cerezas, a pesar de que Jose me advirtió de que era un plato indigesto. Bien, tengo que decir que en efecto me costó un poco digerirlo, pero que valió la pena porque estaba estupendo. A pesar de que la anguila como ser viviente me repugna, cada vez soy más fan de su carne, que suelo devorar habitualmente en los japoneses. Los trozos del plato del Toc estaban ultrasabrosos y perfectos de punto, lo mismo que el propio arroz.
Jose se pidió una brutalidad de las suyas: panceta con verduritas. Muy light y sin apenas colesterol. Yo nunca me hubiese comido los tres tacazos que le sacaron (ni siquiera él pudo), pero lo probé y estaba increíble: todo lo bueno de la grasa de cerdo concentrado en un plato.
De postre compartimos un pastel de chocolate con dulce de tomate bastante bueno, aunque me pareció lo menos excitante de la cena. Ah, y probamos un vino blanco seco excelente, que recomiendo a todos los alcohólicos: Quinta Apolonia, de Castilla y León.
En cuanto al precio, no fue barato (55 euros por cabeza), pero dado el nivel de la cocina y tal como están las cosas en los restaurantes, tampoco me pareció un disparate. En resumen, un buen sitio de cocina catalana con un punto innovador, sin experimentos raros ni tonterías de cocineros mediáticos.
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